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| f.: Luli Dopico |
indicio de la hermosura del alma”.
Miguel de Cervantes
Eran tiempos modernos. Kurt Baumann Pazos regresa a la tierra que le vio nacer. Bajo una cálida tormenta de mediados de verano, intenta bajar de su todo terreno. Abre la puerta. Saca el pie izquierdo y luego el derecho. A penas puede mantenerse sobre la hierba convertida en un lodazal por causa del cambio imprevisto del clima. Llega a la residencia de sus padres. Una amplia y espaciosa casona en parte envejecida y carcomida por el tiempo y desapego. Al oler la humedad de la tierra se despiertan recuerdos que creía dormidos u olvidados por los años. Kurt siente una paz inefable al estar allí. La tierra de su inolvidable y dulce madre. Su corazón no puede controlar la emoción que le invade al llegar a la parroquia de San Claudio, en Santa Marta de Ortigueira. Sus recuerdos se despiertan. Así, como los deseos de recorrer los inmensos prados de árboles de manzanas. Muere el hombre. Resurge el niño. Tras escasos segundos de su llegada comienza a recordar sus juegos infantiles favoritos y los lugares que solía esconderse. Siempre fue un niño muy observador, ávido por el conocimiento de la naturaleza. Tanto es así que su padre, Hans Baumann se dio a la tarea de acondicionar extensas hectáreas de terreno para la crianza del ganado vacuno y una envidiable cuadra equina. Con estas resoluciones pensaba inducir a su hijo a cursar la carrera universitaria en medicina veterinaria. Pero todo fue en vano. Kurt no solo sería capaz de decidir su propio destino, sino que deseaba forjar artísticamente la estética del ser humano. Después de cursar sus primeros años de infancia en el Escolar de San Claudio, su padre decide enviarlo a un internado en Berna, Suiza. Pero el tiempo no transcurrió en balde. Hoy, Kurt conduce de camino a su tierra natal. Pero esta vez se propone establecerse allí después de largos años de ausencia por causa de sus estudios y carrera profesional. El cambio de residencia a la parroquia natal de su recién fallecida madre le proporcionaba una paz genuina. Una paz difícil de ocultar.
Son las 11.45 de la mañana. El trayecto desde Altstadt, Zürich había sido agotador. Kurt había decidido abrir otra consulta privada de cirujano estético en San Claudio. Su principal centro de belleza está localizado en una zona rica de Zúrich, a dos kilómetros de la estación central de trenes. Carmela, una hermosa mulata brasileña reside en la gran casona de la parroquia ultimando los preparativos desde hace siete largos meses. Todo a punto para el día de la inauguración de su Centro Estético Belle Époque. La sala decorada con sofás modernos, una mesa de cristal de Murano y una gran televisión de plasma. La televisión exhibe videos de gente antes y después de las cirugías plásticas. Los tonos predominantes son verdes y blanco. Sobre la mesa se hallan revistas en español y francés con fotos agrandadas de modelos y estrellas internacionales. A los costados del salón, se encuentran estantes de mármol con productos de belleza de firmas suizas y francesas. Los cambios son realmente notables. El huerto trasero ya no existe. Había mandado al arquitecto construir un porche de castaño donde los clientes podrían degustar en agradable compañía un delicioso café colado, como antiguamente, por las manos de Carmela.
¿Carmela, dónde estás?, preguntó el cirujano.
Revisando la cantidad de cremas sobre los estantes, respondió ella.
Por fin he llegado, gritó Kurt.
Gracias a Dios y a mi Virgencita, musitó la joven.
Kurt Baumann Pazos se había convertido en cirujano estético muy importante y sus actividades eran francamente intensas en Zurich. En todos sus centros estéticos existe un afiche donde está escrito su principal lema: “La verdadera belleza no envejece, sino que sigue desarrollándose”. No obstante, es en el centro estético de Zürich donde acuden personajes famosos de la farándula española. Su segundo centro de estética está en Teufen, cerca de Herisau, Suiza. Éste es visitado por una clientela, predominantemente femenina, interesada en diversos tratamientos de bellezas: lipoaspiraciones, aplicaciones de bótox y cirugías plásticas. Curiosamente, su especialidad es la reestructuración de rasgos físicos como los labios leporinos, las orejas en abanico y la nariz aguileña.
De un tiempo para acá el joven cirujano se sentía intranquilo. Carmela deseaba que le reconstruyera su nariz de corte aguileño. El se negaba a poner sobre tan bello rostro su mano derecha y con ella el bisturí. Tampoco veía viable ponerla en manos de algún otro cirujano conocido. Carmela insistía e insistía. Y Kurt se resistía.
¿Para cuándo será mi intervención estética?, le reclama la joven.
Sabes que te protejo mucho. Que te has convertido en mi segunda mano. No quiero arriesgarme a deformar tu rostro. Nunca he cometido un error en mi carrera. Pero sólo de pensar el aproximar el bisturí a tu linda cara…tiemblo, dijo Kurt con la voz entrecortada.
Entonces la frase de que la verdadera belleza no envejece, sino que sigue desarrollándose no va conmigo. Cada año que transcurre envejezco más y me gustaría lucir diferente, le contestó Carmela entre sollozos.
La verdadera belleza que aparece en tu rostro es tu alma, exclamó aturdido.
Kurt necesitaba pensar. Estar a solas consigo mismo. Y meditar. Por ello, recorrió la zona transitable de la parroquia. Aunque habían transcurridos muchos años recordaba los antiguos recintos feriales con sus casetas, ahora abandonadas. A su madre comprando retales de telas a una feriante de Mañón. Entró en el edificio indiano, convertido ahora en Centro Social, subió hasta lo que fuera desván en su día y acarició el pupitre donde se había sentado de niño.
El pueblo había cambiado y él deseaba construir un nuevo futuro. Se habían reformado unas dos decenas de casas de indianos y construidas otras tantas. Instar a reabrir la farmacia sería su primera medida. Lo necesitaba para llevar a cabo sus prescripciones médicas. Creía que todo farmacéutico era un ser esencial de la parroquia y el Escolar la piedra angular en el rehacer de la cultura. Mientras tanto, no podía sacar de su mente la imagen de Carmela. No lograba entender porque sus manos comenzaron a temblar de un par de años para acá. Caminó hasta agotarse. Y no halló explicación posible. Jamás pensó sentir tal impotencia. Y mucho menos ahora. Pensó que la nueva apertura del centro estético le mantendría ocupado y motivado.
Pero era todo era en vano. Se había enamorado. Y no era capaz de darse cuenta de ello. Fue entonces cuando redescubre un atrecho cercano a su casa rodeado de robustos carballos.
Es nada menos que uno de sus escondites infantiles. Callado y ausente a su realidad más inmediata, Kurt decide permanecer meditando durante una hora. Y es allí, en su terruño, donde abre su corazón. Siente de inmediato como la ternura le sobrecoge y comienza a llorar. De repente, cierra su puño derecho con fuerza y dice: He de vencer este miedo.
La belleza no hace feliz al que la posee, sino a
quien puede amarla. (Herman Hesse)
por Ruth Amarilis Cotto

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