¡En casa y con la pata quebrada! Esta frase la oí alguna vez en plan jocoso, aunque maldita su gracia. La frasecita no tiene desperdicio. No les bastaba con tenernos confinadas en el hogar, sino que mejor impedidas para evitar tentaciones. Los dichos, las frases hechas, los refranes son el reflejo de la sociedad en la que arraigan. Y esa ha sido la sociedad para las mujeres durante muchos años.
Por fortuna las sociedades
avanzan. Seguramente más lento de lo que muchas desearíamos, pero avanzan.
Poco a poco se fueron abriendo
puertas y ventanas de esas casas cerradas casi que con trancas. La luz, el
rumor de la calle, el aire fresco, la vida detrás de las paredes entró en las
viviendas al tiempo que las mujeres se aventuraron a probar suerte fuera de
ellas.
Algunas, incluso, se
adelantaron al momento histórico que les tocó vivir. La primera mujer que
accedió a la universidad española tuvo que hacerlo de manera clandestina.
Corría el año 1842 y Concepción Arenal se asfixiaba en el ámbito doméstico. Se
infiltró en la Facultad de Derecho de Madrid con atuendo masculino, pues de lo
contrario le habrían impedido la entrada. Nunca obtuvo título universitario,
aunque sí los conocimientos para ser considerada una experta en derecho
penitenciario, además de pensadora, poeta y ensayista.
Habría que esperar hasta 1910
para que se publicase un real decreto que permitía la enseñanza igualitaria a
ambos sexos en estudios superiores. Desde entonces, con numerosos altibajos
provocados por el contexto histórico y social, la mujer ha ido incrementando su
presencia en las aulas universitarias hasta llegar a superar a los varones en
porcentaje de matriculados.
Otro paso de vital importancia
fue el derecho al sufragio. Hoy, con índices de abstención altísimos en
cualquier convocatoria electoral, es fácil olvidar la trascendencia de esa
conquista. Y creo que nunca estaremos suficientemente agradecidas a Clara
Campoamor, que defendió con ímpetu la igualdad de derechos para las mujeres y
la necesidad de su participación en la política. Su discurso vehemente
consiguió vencer los recelos y desconfianza de la mayoría de la Cámara.
“Resolved lo que queráis, pero
afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad de género humano en
política, para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa
que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no
podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a
legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera
de nosotras”.
Las primeras elecciones en las
que las españolas pudieron votar fueron en noviembre de 1933. Volverían a
ejercer su derecho en 1936. Habría que esperar muchos años, hasta junio de
1977, para volver a introducir una papeleta en las urnas.
El Código Civil de 1889, que
aún está vigente, aunque con muchas operaciones de cirugía estética, definía
con apabullante claridad el reducido escenario en el que las mujeres podían
actuar. Paradójicamente para las casadas el espacio era aún más minúsculo,
aunque se las suponía reinas y señoras de su casa. Les debían obediencia a sus
maridos y precisaban de su autorización para actos tan personales como aceptar
o repudiar herencias, pedir la partición, adquirir y vender bienes. Más que
mujeres semejaban seres incapacitados, avalados por el solo hecho biológico de
nacer mujer. Las solteras debían lidiar con groserías y exabruptos, pero gozaban
de la capacidad jurídica que se les negaba a las que pasaban por la vicaría.
No será hasta 1975, con una
ley que modificó el Código Civil y el de Comercio, cuando las mujeres casadas pudieron
abrir una cuenta bancaria propia sin necesitar la tutela del marido. Aun así,
hasta 1981 no se les permitirá algo tan básico como administrar libremente su
economía.
Además, si erraban en la
elección de su príncipe azul, no les quedaba otra que aguantarse pues el
matrimonio era indisoluble.
Hubo una primera ley de
divorcio en 1932 de vida muy breve, ya que en 1939 fue expresamente derogada.
Esa fatídica fecha arrancó de cuajo derechos y libertades no solo a las mujeres
sino al conjunto de la sociedad. Un polvo ceniciento cubrió el cielo durante casi
cuarenta años.
La Constitución de 1978 supone
un cambio de escenario, de tramoya y aderezos ¡Todo de estreno! En el decorado
se observa un camino largo, con algún repecho, pero con firme seguro. Y ahí
estamos. En el Título Primero se recogen los derechos, deberes y libertades de
la ciudadanía, sin excepciones. El artículo 14 proclama orgulloso la igualdad,
sin ningún tipo de tipo de discriminación.
Pero ese conjunto de derechos,
libertades y principios precisa, para que no queden en cartón piedra, de normas
que los desarrollen, que les insuflen vida.
A continuación, cito algunas normas que han contribuido decisivamente a
que nuestra sociedad sea más equitativa e igualitaria.
En 1981, con una importante
reforma del Código Civil en materia de Derecho de familia, se reconquista el
divorcio junto con la igualdad de derechos y obligaciones de los cónyuges en el
matrimonio.
Después vendría la Ley
orgánica de 2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de
Género. Y bajo su paraguas nacieron los juzgados especializados en Violencia
sobre la Mujer tan necesarios para juzgar tantos abusos, maltratos y feminicidios.
En 2017 se aprobó, sin ningún
voto en contra, el Pacto de Estado contra la Violencia de Género, que supuso incorporar
criterios de igualdad y no discriminación en las políticas públicas y la visualización
y atención de otras formas de violencia contra las mujeres.
En 2022, en un escenario post
manada, se aprueba la Ley orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual,
más conocida como ley del solo sí es sí, que considera que cualquier
interacción sexual debe contar con el consentimiento explícito de ambas partes.
En febrero de 2025 el Pacto de
Estado contra la Violencia de Género ha sido objeto de renovación incorporando
nuevas medidas, más presupuesto y los conceptos de violencia vicaria y digital.
Ocho años después sí hay un voto en contra. VOX, que en 2017 no tenía
representación parlamentaria, ha dado un no rotundo.
Y yo me pregunto atónita ¿Cómo
puede haber mujeres votantes, afiliadas o dirigentes de esas siglas?
Las leyes acostumbran a ir
desacompasadas de las necesidades sociales. Aun así, son necesarias para
consolidar derechos y libertades.
Las leyes progresistas son
difíciles de parir. Cualquiera de las normas citadas precisó para ver la luz de
esfuerzo, sudor y lágrimas. También de dolor, golpes y sangre, en demasiadas
ocasiones. Por ello tenemos que velar, especialmente las mujeres al ser las que
más tenemos que perder, para que pervivan. Protegerlas del tufo que emanan
ultraderechas y gobiernos populistas.
Salgamos a la calle el 8 de marzo. Las mujeres para conmemorar nuestro día y el resto por solidaridad de género. Velemos por los derechos y libertades conseguidos. ¡Ni un paso atrás! Ni tan siquiera para tomar impulso.
Dolores Asenjo Gil

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