No se
puede encontrar la paz evitando la vida
Virginia
Woolf
Se me pierden las horas. No las puedo hallar entre tanta
congoja y desasosiego. Por ello, trato de iluminar mi mente,
desembocar este desaliento por tu abrupta partida que es inviable e
irracional.
El
recuerdo cada vez más lejano e inexacto me retuerce las fibras de la
memoria. Tu nombre se escapa de mis labios porque me parece divisar
tu silueta entre la multitud. Me parece ver que volteas el rostro
cuando escuchas que pronuncio tu nombre. Y entre este divagar de
realidad y fantaseo, te añoro.
Anhelo
verte desatar las ataduras que lograste forjar en mi intelecto. Al
respirar el olor de esta tierra, mi mente reproduce tu imagen
trastocada por el tiempo y esta vida que hoy se complace en
separarnos. Verde… todo florece alrededor menos este sentimiento de
desventura. El tiempo y el espacio permanecen intactos en mi bello
San Claudio. Y yo sin querer continuo extraviada en lo más profundo
de tu ser…
Imborrable
e inalcanzable es tu amor, muy a pesar de que aprendí a aceptar un
milenio de horas perdidas y despreciadas por tu orgullo de hombre. Ya
no soy la niña que alguna vez te amó y retuvo tu aliento al compás
del riachuelo más caudaloso de esta parroquia. Tú y yo somos
escasamente residuos de un inmenso amor que estremeció la realidad
pueblerina. Quizás añore un tiempo presente de un verbo mal
conjugado entrelazado a un sentir transitivo ante un objeto directo e
indirecto. Tal vez. Quizás. Puede ser. Y entre la disyuntiva de este
desamor, existe un alma a la deriva y una sola pregunta.
¿Me amaste alguna vez?
Voy a deshojar la margarita…
por Ruth Amarilis
Cotto