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| f.: Álvaro Fdez. Polo |
Pedroselo (San Claudio), mar por medio, visto desde Ortigueira por el artista Álvaro Fdez. Polo.
Salimos a pasear con Olivia, eran las siete de la tarde, amenazaba lluvia, pero nos fuimos sin paraguas, tal vez nos diera tiempo de llegar hasta Pedroselo antes de que cayese un chaparrón. El paseo elegido discurre paralelo a la vía del tren de la costa, no hay tráfico y la exuberante vegetación lo inunda todo.
Nos fijamos en la abundancia de bilicloques color púrpura (digitalia), llamados así porque los niños hacían estallar sus pétalos entre los dedos, esta planta a la vez que venenosa, es efectiva en las dosis justas para los ataques al corazón; también encontramos maravillas naranja, (caléndulas) que ponen su toque de color entre tanto verdor y tienen además cualidades terapéuticas. Otra planta muy abundante es la cicuta, de zumo venenoso, unida para siempre al nombre de Sócrates y que se caracteriza por su desagradable olor a orina. Sus hojas son semejantes a las del perejil.
Observamos multitud de florecillas silvestres creciendo a la vera del camino, unas azules, muy pequeñitas, otras rosadas, desconocidos sus nombres para nosotros. Careixones a ras de suelo. Blancas y hermosas margaritas. Hay muchos ejemplares de bieiteiros, (saúco), cuyo significado en castellano es bendito, ya que los campesinos lo consideran una planta benéfica y protectora contra las brujas y meigas. Postes de la luz por los que crece la hiedra, semejan árboles. Quedan también restos de sauces que dividen las fincas y los prados, que a veces constituyen pequeños bosquetes donde se refugian los corzos. Tanta riqueza vegetal tiene como fondo la enigmática, de belleza sin par, Ría de Ortigueira, que divisamos entre los claros. Abundan los grillos que cantan al atardecer, despidiendo el día que se presenta nuboso, con grandes nimbos mezclados con cielo despejado y azul. Vemos muchos pájaros, mejor dicho, los sentimos cantar, distinguimos entre mirlos, gorriones, urracas, torcaces (pombos) que de vez en cuando nos sobrevuelan y pequeños paporroibos que nos miran pasar.
En esto que pasa el tren, va despacio, que hasta nos da tiempo de ver las caras de sus pasajeros contemplando tranquilos el paisaje primaveral. Hablamos de que no es necesario ningún AVE, ningún monstruo ferroviario por estas idílicas tierras. ¿Para qué tanta prisa nos damos los humanos? Siempre corriendo, siempre estresados por culpa del tiempo… Querido tiempo cuando tenemos toda la tarde para nosotros… pero empiezan a caer unas gotas gordas. Las nubes se tornan grises, en Ortigueira luce el sol, pero por Mera se ve encapotado. ¿Qué hacemos? ¿Damos la vuelta por si acaso, o seguimos? Olivia, la perra, quiere seguir. No son sólo imágenes lo que perciben nuestros ojos.
Escuchamos el sonoro discurrir de los regatos abundantes en la zona. Estamos llegando a la granja de vacas, los ameneiros nos resguardan de la lluvia criadora. Destacan los pastizales, pastoreados por las tranquilas vacas que no se inmutan por cuatro gotas que caen. Las ovejas se relajan y nosotros seguimos aunque nos empapemos. Al lado de una isla amarilla de flores “herba de sapo”, (Hierba de Santiago) tóxicas y venenosas para el ganado, descansan las ovejas. Otra enorme extensión de lirios amarillos del valle crecen al lado del río. Resulta difícil de evocar con nuestras simples palabras la magnitud del entorno. Un banco no apto para sentarse y otro paseante con el que nos cruzamos nos da las buenas tardes. “Buenas”… Así es de tranquilo el espacio por el que caminamos charlando.
Seguimos: estación del tren, una curva y la casa de Pura sin Pura, el campo de fútbol sin niños, el puente del tren y la enorme pradera ante nosotros apunta que aún es posible emocionarse con la inmensidad verdiazul del lugar. Pedroselo es un cuadro, lástima no tener pincel…
De regreso a casa nos fijamos en los pequeños huertos familiares, donde no faltan manzanos, pesegueiros, nogales, higueras, cerezos, claudieiras y otros árboles frutales. En las huertas crecen hermosas las patatas, en surcos muy bien alineados, hay ajos muy adelantados, cebollas, lechugas, repollos y berzas para las gallinas, aunque con las rizadas también se hace el caldo. Bebemos agua en la fuente de la Pichoca y damos por finalizado el paseo.
Llegamos a la Atalaya, ya no llueve, pero es hora de cenar.
LULI DOPICO

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