jueves, 25 de mayo de 2023

A noite do líder

 

f.: Luli Dopico

“Como flores hermosas, con color, pero sin

aroma, son las dulces palabras para el que no

obra de acuerdo con ellas”.

BUDA


    Son las doce. Ni un minuto más ni un minuto menos. Carlos Augusto Rexach Ferré siente temor. Un temor que no solo le paraliza el habla si no también el alma. Se siente incapaz de pronunciar su discurso inaugural. Es un entorno distinto. Un mundo frío y distante el que pretende abarcar. Sus manos sudorosas y finas tratan de apaciguar su rizada cabellera. Su mirada le distingue entre el resto de sus rivales. Sus ojos de color ámbar le otorgan un tono de dulzura en su rostro tímido y de porcelana. Él era hombre de pocas palabras. Escueto. Serio, pero con una timidez que le invadía el alma. Hoy se ve ante la encrucijada de expresarse verbalmente. Su nerviosismo era inevitable y específico. El tener que hablar en público le atormentaba la mayor parte del día. Al principio de su mandato, procuró ocultar su deficiencia. No obstante, logra plasmar sobre dos folios que sostiene con su mano izquierda gran parte de sus pensamientos. Medita mientras escribe… Escribe mientras medita. Dos acciones contrapuestas por sus palabras.

    ¿Cuándo he de poder vencer a este maldito miedo? - repetía incansablemente.

  ¿Es qué no seré capaz de sentirme seguro de mí mismo?- se dijo, casi extenuado.

    Sin embargo, habló, pronunció y calló a través de su voz entrecortada las voces sobre su supuesta ineptitud e incapacidad. A sabiendas de refugiarse en las ideas ya escritas, dudó de su capacidad. Leyó una lección aprendida. Sabía de sobra que le faltaba emoción a su discurso. Y habría de mover cielo, tierra y mar con tal de hallar la chispa que hiciera resplandecer sus palabras.

    Las horas transcurrían efímeramente. El tiempo jugaba en su contra. La paz y el sosiego tardaban en doblegar su espíritu. A duras penas comenzaba la campaña electoral. Fue una mañana del mes de mayo cuando Carlos Augusto decidió podar los rosales junto al porche de su residencia. Aquel día, la calma absoluta reinaba en la Parroquia de San Claudio. La vegetación exuberante de su edén siempre me había llamado la atención. Era curioso la gran variedad de árboles y plantas que había plantado. Había hecho de su jardín su exclusivo terruño.

    Sus manos eran peculiares. Eran demasiado frágiles pero perfectas para crear ilusión. Rosa, amarillo, rojo intenso y blanco eran los colores por excelencia de sus rosales. Yo no lograba comprender cómo un hombre que era capaz de hacer resurgir la vida de una vegetación muerta o estéril no pudiera extrapolar su ideología sin pesares ni trabas. Sorpresivamente, la soledad con la naturaleza le brindó la oportunidad de examinarse a sí mismo. Fue entonces cuando comprendió que si era capaz de fortalecer e impulsar la vida de cientos de rosales, también sería capaz de cuidar y enaltecer a su pueblo a través de sus palabras. La paz que ansiaba alcanzar y transmitir radicaba en sí mismo, no en otros. Y sus palabras serían el medio.

    ¡Cuánto tiempo malgastado buscando mi paz en el exterior!- gritó a viva voz

    De inmediato, arrancó un capullo de rosa de rojo intenso y se lo prendió sobre su solapa y se dijo convencido:

    Así ha de ser… mi amor por este pueblo.

    Un amor intenso como el color de este capullo

    Sin medias verdades… Un amor sosegado y tranquilo.

    Sin percatarse de que sus manos estaban heridas por las espinas, caminaba despacio pero seguro de sí mismo. Fue así como Carlos Augusto Rexach Ferré aprendió a armonizar dos conceptos:

    Rojo e intenso… a pesar de las espinas.


Por Amarilis Cotto Benítez


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