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| f.: Autorretrato de Ruth Amarilis Cotto en Ortigueira |
“La Humanidad necesita hombres prácticos, que sacan el mayor proyecto de su trabajo y, sin olvidar el interés general, salvaguardan sus propios intereses. Pero la Humanidad también necesita soñadores, para quienes el desarrollo de una tarea sea tan cautivante que les resulte imposible dedicar su atención a su propio beneficio. Sin duda, estos soñadores no merecen la riqueza, porque no lo desean. Aun así, una sociedad bien organizada debe garantizar a tales trabajadores los medios para llevar a cabo su labor con eficacia, en una vida libre de cuidados materiales y libremente consagrada a la investigación".
Marie Curie
A Luli Dopico…
Ella tiene un don que tú ni yo tenemos. Ni ostentamos. Y ni tan siquiera tendremos. Cuando su rostro resplandece ocurre lo insospechado. Entiendo que ya ha realizado su análisis y tiemblo. Es un ser realmente peculiar. Sana con la mirada. Me gusta perderme en el color azabache de sus ojos. Perderme para luego encontrarme en la suavidad de tu regazo. ¡Sí! Perderme para que luego tu cordura innata me rescate. Rescatarme de mis exageraciones -mis hipérboles desnudas y trasnochadas.
“Ella sana con la mirada”, me acerco y te lo susurro en voz baja.
Y me voy acercando a ti. Me uno a tus manos, a tu semblante grisáceo de experiencia humana.
Me enrosco en tu cabello queriendo llamar tu atención y te sueño.
Sueño en ti. Sobre ti. Sobre ella. Sobre la Humanidad. Sobre su manera de ver la realidad. Sueño sobre su manera de sanar con la mirada. Su mirada que extirpa lo preciso e intangible. Ella sigue teniendo en mis sueños su don. El don de sanar… pero con la mirada. Ella es capaz de llevar a cabo un análisis exhaustivo de tu ser. Y sin querer te desnuda el alma.
“Cúbrete” -me reprochas.
“¿Para qué he de cubrir mi piel?” -te recrimino.
“Si mi piel recién dormida sueña desnuda”…
¡Qué gran ilusión! Ella sigue teniendo un don.
Un don que tú y yo no tendremos…
¿Amor, recuerdas la primera vez que descubrimos San Claudio? Su energía era tan tangible como el olor de las camelias. Su recibimiento no fue nada premeditado…Era como si supiera de por sí que nos veríamos aquella tarde.
Siempre he creído que querer ver más allá es un don obsequiado por el Señor de las alturas. Dentro de la complejidad de la mente humana es difícil o casi imposible de aceptar lo que no se percibe en nuestra realidad más inmediata.
Pero sigo pensando que hay seres sensibles con un don muy especial. Y ella sigue siendo uno de ellos. Porque ella seguirá teniendo este don. Un don que ni tú ni yo tendremos…
por Ruth Amarilis Cotto

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