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| f.: Luli Dopico |
Trataré de ir recordando uno por uno.
Empiezo por O Ventorrillo, un pequeño bar situado en la esquina donde ahora se encuentra el almacén de construcción de Alfredo. En el mismo stop que hay al final de la pista que va desde Sixto a la carretera general. Pertenecía a la familia de Vicente Rey y Serafina. Estaba rodeado de fango y lleno de humedad. Era pequeño y lo recuerdo como un sueño. Después lo atendieron Fina y Celso, que también tenía allí su barbería.
Pero nuestro rincón del alma era el almacén de Ferro, un punto de reunión y tienda de comestibles. Era el bar-tienda de a volta, un lugar entrañable de confidencias, amoríos y alguna decepción.
Todo el mundo tiene grabado en su memoria su bar favorito, su propio curruncho, ese lugar mágico para mí fue el Almacén de Ferro, incluso después con el paso del tiempo, cuando estuvo alquilado a Benigno, Abel Abelurio y María, volver allí era algo especial. Me encontraba tan a gusto que tenía la certeza de que aquella singular escalera de caracol y la estantería del mueble detrás del mostrador me contaban historias de amistad, y amor nostálgico.
Un poco más abajo, en Tristimil, estaba O Pichel, que tenía un encanto especial, era pequeño y acogedor y el tabernero una persona muy peculiar, carismático. Él fue uno de los últimos de la saga de los taberneros que hoy en día están casi desaparecidos. A Pichel le perdonamos que en su última etapa se le fuera la olla. Al lado estaba la barbería atendida por Medrosa y Alejandro de Riveira después.
De Pichel recordamos sus vinos, los famosos “chuminos” y el disco con la muerte de Kennedy. El merendero, la mesa y sillas delante de la puerta, con el anuncio del coñac Terry.
Al final de la recta, en O Correo, hubo tres negocios de hostelería. Ya no queda ninguno. El primero fue el histórico Casa Chao, que apenas recuerdo, solamente que una vez al salir de clase, nos regalaron unas guindas que estuvieran dentro de la botella de licor y llegamos a casa algo perjudicados. Después, Casa Chao, lo regentaron Luisa y Pepe Balseiro, acompañados de sus hijas, Fina y María Jesús. El establecimiento duró bastante tiempo y abarcó mi adolescencia. Allí vi muchos partidos de fútbol televisados y asistí a reñidas partidas de tute y de las siete y media. No participaba porque había más candidatos que sillas y no me gustaba mucho ese tipo de juegos.
En una casa nueva, al lado, Pepe Seoane y Fina Balseiro montaron el Bar Mezquita, que trabajaron durante muchos años y nos llevábamos muy bien, era un bar amplio, cómodo y muy limpio, con buena gente y grandes tertulias futboleras. Si no estaba más por allí, es que mi vida profesional discurría por A Coruña y no venía a San Claudio con la frecuencia que deseaba.
Justo enfrente, al otro lado de la carretera, a mediados de los años sesenta, estaba O Pepito (Pepe, el hermano de Tito de Pousada) que hizo una casa enorme y montó la clásica tienda-bar de aldea. Pepe y su esposa Isabel tuvieron antes un negocio na Feira, que le vendieron a Rodrigo y se trasladaron al Correo, donde además de ultramarinos y bar, también había estanco y prensa. El negocio lo atendía Isabel, pues Pepe era un empresario inquieto y se dedicaba más a la venta de piensos, granja y recogida de leche. Al bar también se llamaba por teléfono para dejar recados.
Al cabo de un tiempo el negocio se lo alquilaron a Cañí do Beco y a su marido, que al jubilarse cesaron en la actividad y el bar le fue alquilado a Raúl da Caioga (hijo) y a su compañera brasileira.
Cuando regresé a vivir al Sixto, empecé a trabajar en el Hotel “Villa de Cedeira” y en el Restaurante rural “La calzada romana”.
El bar más reciente de la zona de A Rocha, fue el que montaron Chente Seoane y Quica Pereira, en Carreira Cabada, le pusieron de nombre O Muchacho. Fue también casa de comidas y toda una referencia en la zona. Sus desayunos desde las cinco y media de la mañana tenían asegurada la parada de los camioneros y repartidores de mercancías, pues disponían de un amplio aparcamiento y abrían más temprano que nadie en la ruta de Ferrol a Viveiro.
Los vecinos comentaban que a las doce de la mañana el día ya estaba “virado”, siempre tenía muchos clientes. Una muestra de cómo llevar un negocio de hostelería es que nunca se quedaba dormido y la gente venía a tiro fijo y la consumición estaba garantizada, se comía muy bien. Era el primer reencuentro con la gente de la zona cada vez que regresaba de A Coruña y me ponía al día de las novedades en la parada obligada con mi padrino Suso, un stop insalvable.
Al jubilarse cerraron el negocio, no hubo continuidad, ya que los hijos prefieren trabajar en otra cosa y no estar sujetos a horarios de tantas horas. Al pasar por delante me siento morriñoso, por lo bien que lo tengo pasado allí.
A día de hoy el único negocio de hostelería que continúa abierto en San Claudio es Casa Rodrigo, en la Feria, un acreditado restaurante de referencia gastronómica en toda España, con amplias y modernas instalaciones. Después de dejar el sitio primitivo se trasladaron a donde estaba Pepito y le compraron el local donde estuvieron mucho tiempo bajo la dirección de Fina y mi amigo Pepe, compañero de pupitre en la escuela de don Antonio y jugando en el equipo de fútbol Mezquita después.
De Pepe de Fina guardo buenos recuerdos. Hace pocos años que falleció, dejando el listón muy alto en su negocio.
La feria de San Claudio siempre gozó de merecida fama. Se celebraba el segundo domingo de mes y tenía mucho público y muchos productos para vender. Gallinas, conejos, cerdos, ovejas, cabras, caballos, vacas, terneros. Legumbres y hortalizas, cebollas, ajos, tomates, pimientos, lechugas, coles, nabizas, puerros. Frutas variadas de temporada, manzanas, peras, guindas, cerezas, claudias, naranjas, pésegos. También había quesos, mantequilla, huevos. Herramientas de todo tipo, fouciños, raños, azadas. Calzado para todas las edades, ropa y telas variadas. Se vendía de todo y acudía gente de toda la comarca.
Las ferias que yo viví entre los años 50 y 60, no eran ya ni la sombra de lo que fueran antaño, según me contaron, es más, decían que ya estaban en decadencia, pero aún así había mucho ambiente hasta pasadas las cuatro de la tarde.
Volviendo a la hostelería, un domingo de feirón recuerdo abiertos ocho negocios de bar: Casa Rodrigo, O Mesón, Mezquita, O Grañés, Casa da Graña, Pancholo, Bar do Mesón, Paco do Cristo, funcionando francamente bien.
Además de todos éstos también estaba el bar de Pernas al lado del Escolar y otro que abrieron en la casa que luego compró Kiko do Gaiteiro. Se llamaba La Sacristía, por su proximidad a la iglesia y lo abrió Maruxa, la madre de Darío, gran jugador del Mezquita y actualmente empresario hostelero en USA. Ese bar duró poco tiempo y recuerdo estar allí solo una vez, durante un funeral en el que hacía mucho frío.
por Pepe Salas Martínez

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