Salón Mezquita
Además de las ferias, en San Claudio se celebran varias festividades. Las verbenas del Carmen no eran muy buenas, pues coincidían con el San Bartolo de Cariño y los Naseiros, de Viveiro.
Las del San Claudio eran mucho mejores, duraban tres días; el último día era el de Todos los Santos y la orquesta tenía que parar a las doce de la noche, ya que el día siguiente era Difuntos y la iglesia lo prohibía. Lo mejor de estas fiestas eran las orquestas, pues en noviembre su cotización bajaba al mínimo y lo peor era el frío del invierno y la lluvia que acompañaba casi siempre.
En una de esas verbenas Pancholo trajo un futbolín. Fue una auténtica revolución para la chavalada que tenía que esperar su turno para jugar. Como anécdota curiosa recuerdo que varios amigos nos pusimos de acuerdo y sacamos a bailar a aquellas chicas que siempre nos negaban el baile y al "no" despectivo de ellas, nosotros contestábamos así: “Gracias neniña, fou, fou… estou mellor no futbolín de Pancholo que bailando contigo”.
De aquella cada patrón atendía el negocio a su manera. El que más fama tenía era el de más señorío, el salón del Mezquita, o casa de Pepe de Otilia; su dueña, Flora, cocinaba muy bien, y su marido atendía a la perfección a su distinguida clientela. Venía gente importante de Mera y de Ortigueira, que bebía buen vino, un poco caro, Marqués de Riscal.
Solamente fui una vez a ese salón, me llevó Luis Pego y se jugaba un partido entre el Inter de Milán y el Real Madrid. Jugaba el legendario Luisito Suárez y el entrenador era el mítico Helenio Herrera. Las luces se apagaron para ver mejor la tele y no se gritaba ni se decían palabrotas, había que saber estar. Buen comportamiento, Pepe, me decían.
Años más tarde, cuando regresaba de Coruña, solía volver por los mismos sitios, pero ya veía las cosas de forma distinta, algunas costumbres desaparecieron o cambiaron totalmente.
En la mayoría de los bares no había aún cafetera automática, y enseguida aparecieron de varias marcas: Gaggia, Cimbali, Omega, Vega…
El café no era tan imprescindible como ahora. Si pedías manzanilla era porque estabas enfermo, el agua Fontenova si tenías el estómago revuelto. Las bebidas de los hombres madrugadores eran la copa de aguardiente a palo seco, el mezclado de Sansón o Kinito con gotas de caña y el Solisombra, anís y coñac a medias. Habitual era pedir también copas de coñac, Felipe II o Fundador. También se desayunaba con licor de guinda casera, que nunca fue suficientemente valorada. Hoy en día se toma mucha cerveza, Estrella de Galicia arrasa en el mercado y su competencia anterior fueron San Miguel y Águila Negra de Colloto (Oviedo).
En vinos, además del clásico clarete peleón, estaban los vinos Guerra y Fontousal, luego aparecieron los Rioja Evirisa, Canchales, Romeral, Federico Paternina Banda Azul... cuyo comercial era Maceiras, que vendió cantidades industriales de Banda Azul.
Ya más tarde se sumaron al mercado los Riojas, Siglo, Campo Viejo y Carta de Plata. El brandy preferido era el Felipe II, y gracias al anuncio en TV de una chica muy guapa, se empezó a consumir Soberano porque “era cosa de hombres”. Más caros eran el Carlos III y el Terry 1900. En plan barateiro se consumía el 103 en un vaso con hielo que semejaba el whisky y se presumía de eso.
Al final llegaron las bebidas fuertes, con ron, vodka o ginebra, y se puso de moda el cubalibre, que se despachaba en cantidad. Los complementos eran ron Bacardi, ginebras Larios y Gordons y la aromática holandesa Fockink, tantas veces rellenada.
por Pepe Salas


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